no tienen nada que temer de esos “pastores” que conducen al “rebaño” por sendas que no
conducen a la liberación del pueblo oprimido. Los epíscopos que eligió Rouco Varela, en
su etapa de vicepapa en España, a imagen y semejanza de él mismo, son un puntal que con
los otros mencionados contribuye al mantenimiento de este tinglado inhumano que generó
tanta desigualdad y tanta injusticia en el mundo.
Lo que nos tenemos que preguntar, quienes nos consideramos seguidores de Jesús de
Nazaret, es si esa acción pastoral de la Iglesia, que le tiene como referente, responde a las
enseñanzas del Maestro. Pues ocurre que Jesús sí se posicionó claramente en la cuestión del
Estado y el mercado. En relación al mercado, es significativo que el único personal al que
Jesús expulsó del Templo fueron precisamente los mercaderes. En realidad, no fue las
personas de los mercaderes, lo que Jesús expulsaba, sino su instrumento, el dinero. En el
Reino que él quería instaurar la relación entre las personas no habría de ser mercantil sino
de otra naturaleza en la entraban componentes como el amor, la comprensión, el perdón, la
sencillez, la compasión, el servicio desinteresado al prójimo…
Sin embargo vemos que aún actualmente el dinero y el mercantilismo que comporta siguen
en el templo y en la sociedad, y con intención de quedarse. Se dio el caso de predicadores
que estando sermoneando sobre el “Magnificat”, que es el canto que el evangelista Lucas
pone en labios de la madre de Jesús, dan por terminado su discurso antes de llegar al
párrafo que dice: Él (se refiere a Dios) hizo proezas con su brazo: dispersó a los
soberbios de corazón, derribó del trono a los poderosos y enalteció a los humildes, a
los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos. (Lucas 1:51-53).
Ese párrafo es políticamente incorrecto para esa gente, inoportuno para exponerlo a un
público burgués o aburguesado. Además de tener la impertinencia de referirse a la lucha de
clases, mostrando la contradicción entre los intereses de los poderosos, los ricos, por una
parte, y los humildes, los hambrientos, por otra, el Altísimo tiene la desfachatez de tomar
partido a favor de los pobres. ¡Intolerable para los dominadores del sistema y sus lacayos
religiosos! Pero hay más. Jesús mismo constató, después de ver la reacción del joven rico
que no se sentía dispuesto a trabajar por el Reino de Dios, que la riqueza, el dinero, era una
dificultad para acometer esa tarea: ¡Cuán difícilmente entrarán en el Reino de Dios los
que tienen riquezas! (Marcos 10:23). Más rotundo fue su aserto de que: No podéis servir
a Dios y al dinero. (Mateo 6:24).
Y ahora veamos la posición de Jesús en relación al poder político. Él no rechazó la función
de la autoridad, lo que ahora llamamos el Estado, pero expresó su criterio acerca de cómo
se debía realizar esa función. A la pregunta de Pilatos de si era rey, respondió: Tú lo dices,
soy rey, para esto he nacido y para esto he venido al mundo… Mi reino no es de este
mundo... (Juan 18:36-37). Marcaba la diferencia entre los reinos de este mundo, hoy
diríamos el sistema dominante, y el Reino que él deseaba implantar. Pilatos representaba a
un poder imperialista y esclavista que no tenía como objetivo el servicio a la humanidad
sino el beneficio de unos pocos a costa de sojuzgar a la mayoría de la población. En cambio
el programa del Reino que Jesús traía son la Bienaventuranzas, es decir, dar prioridad a los
que sufren, a los que aman la paz, a los pobres, a los limpios de corazón, a los que tienen
hambre y sed de justicia... Ese Reino no es de este mundo, pero el objetivo es implantarlo
en este mundo. Y él no rechazaba ejercer la función política con ese objetivo, como lo
muestra su lamento sobre Jerusalén: ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y
apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como